domingo, 15 de mayo de 2016

Seis meses. El botón y la marea ignorados por los profesionales de la política

Seis meses pueden ser poco o una eternidad. En este caso, y más allá de los consentimientos o rechazos de acuerdo con lo que piense cada uno, sirven para visibilizar el nuevo modelo. Habrá quienes se sientan satisfechos pues se habrán cumplido sus expectativas de cambio; estarán los que habrán alertado sin éxito los efectos del mismo; los que se sentirán gratamente sorprendidos y los que renegarán por haber sido parte del colectivo que lo legitimara con su voto.

Lo que es innegable es el cambio. Se ha vuelto sin tapujos al neoliberalismo. Y no solo es de buena persona admitir que se ha cumplido con lo propuesto sino que también es de buen observador entender que hubo una decisión transversal que avaló sin tapujos el cambio.

Es que los hechos en estos seis meses han sido tan veloz y eficazmente concatenados que la precipitación de los mismos ha complicado su metabolización, para qué describir su deglución.

Hasta aquí lo obvio, lo que dolió asumir.

Ahora bien, es imperioso desbrozar el escenario político y social partir del cambio, que se reconfigura con el vértigo señalado. Ya contamos con el botón que adelanta lo que vendrá. Cualquier conjetura quedará corta; nuestra historia nunca escatima en costos sociales, y personales, cuando se impone por la fuerza, y ahora por el voto, la restauración neoliberal.

Y es pertinente detenerse en resignificar el término restauración. Argentina, tal vez como otros países latinoamericanos, sufre el síndrome de la dualidad; es Nación y colonia al mismo tiempo. Se podrá esgrimir “el optimismo de la voluntad”, de quienes sostienen que la construcción de una Nación es siempre un proceso dinámico que implica retrocesos y derrotas, o se podrá asumir “el pesimismo de la inteligencia” de quienes detectan las señales claras de una clase dirigente y de vastos sectores de la sociedad que asumen gustosos la ideología y los valores del impero que nos toca en turno. Ambas fuerzas se contraponen y ninguna llega a generar hegemonías estables a lo largo del tiempo.

La generación del 80, los golpes del 30, del  55 y del 76, como el alvearismo, el menemismo, la Alianza y ahora el colectivo Cambiemos, con Macri a la cabeza,  son los exponentes en diversas medidas y modalidades de políticas liberales en lo económico que adquieren formas políticas propias del conservadurismo. Por eso restauración, porque Cambiemos no es lo nuevo sino la expresión actual  del cíclico retorno a esos axiomas. Para los que abogan desde la voluntad, la restauración explicita claudicación y entrega, para los pesimistas, como se predicara durante el menemismo, demuestra la inexorabilidad de la hegemonía capitalista.

Lo interesante, y como suele suceder en estos casos, es que la mayoría de la dirigencia política profesional no atisba, si quiera, las modificaciones también vertiginosas que se dan en el seno de los distintos sectores sociales. Su preocupación se centra en el reposicionamiento personal en el esquema de poder actual; sin percibir que las mutaciones fagocitan las presunciones y los delirios arquitectónicos pergeñados en gabinetes alejados de las motivaciones que acucian a miles de ciudadanos. Votar la mayor emisión de deuda externa que se conoce puede servir para congraciarse y tratar de alcanzar las migajas que se derramen, no para que una persona adquiera lo mínimo indispensable para vivir. Ralentizar la ley anti-despidos puede servir para hacer guiños múltiples al poder real y a las centrales empresariales, no para contener el temor al desempleo, de quien ya lo sufre o porque ve la nueva caída de su vecino.

En contraposición, los ciudadanos están constatando a diario los efectos que impactan negativamente. El aumento del costo de vida es una realidad y es pasado el aumento pautado en paritaria que equilibraba la inflación; el mantener el trabajo es primera preocupación, las deducciones por ganancias pasaron a un segundo plano; el dengue está presente cobrándose vidas a pesar de los esfuerzos por ocultarlo; los estudiantes universitarios con menores ingresos no acceden a las escasas becas.

Son datos duros, tangibles para los damnificados.

Allí radica la razón del éxito de las manifestaciones de estos dos meses. De las cuatro expresiones masivas (la del 24 de marzo en el cuarenta aniversario del golpe del 76, la del 13 de abril en el regreso de Cristina Fernández de Kirchner, la del 29 de abril de las centrales de trabajadores y la del 12 de mayo de docentes, estudiantes y trabajadores administrativos de universidades nacionales), dos de ellas tienen una relación directa con demandas de sectores de la sociedad que están sufriendo una disminución en su calidad de vida.

Y este es el botón de muestra que no alcanzan a evaluar en su real dimensión los profesionales de la política. En esas dos movilizaciones, salieron a la calle quienes se sienten afectados en sus intereses, en sus oikos dijeran los economistas, más allá de las diferencias ideológicas, políticas e incluso de clase. Esta es la marea que se está moviendo bajo la superficie y que en algunos casos emerge con la fuerza de los hechos masivos. Podrán ser ignoradas por la oligo-prensa y por el gobierno de Macri; pero existe y crece al compás de la desmejora en las condiciones económicas de los ciudadanos.

No es menor que las centrales, a pesar de sus entuertos, tengan que juntarse para demandar. Tampoco lo es que confluya un amplio marco de expresiones políticas estudiantiles junto a todos los sindicatos docentes y FATUN, hecho singular en la historia de la educación universitaria pública; el presupuesto universitario no alcanza para pagar la luz, menos aún para sustentar la investigación o para alcanzar salarios competitivos como los de la década kirchnerista.

A estas expresiones se suman las otras dos, en las que emerge la memoria frente a la restauración neoliberal, como postura simbólica ante un gobierno legitimado por los votos que rescata bajo artilugios hipócritas la última dictadura y como reconocimiento explícito a la conducción política de la última presidenta del campo nacional y popular de Argentina.

Los políticos profesionales debieran atender mejor estas señales que estarían marcando un “amesetamiento” (con perdón del neologismo) en la tendencia de la tan mentada opinión pública sobre el gobierno, aún vastos sectores medios se sienten identificados con el neoliberalismo del gobierno aunque se mantengan en silencio. Puede que no estemos ante un punto de inflexión de la tendencia y que Macri pueda remontar el momento difícil, no es tan incauto para darse cuenta de la situación; no obstante, los ciclos no duran tanto tiempo si las bases de sustentación se disgregan.

En este contexto, “los tenores huecos” no convencen, tampoco los que se ufanan de repetir frases que no sienten y que tal vez no entiendan en su verdadera dimensión. No alcanzan los micrófonos y la tinta de los periodistas de la oligo-prensa, todo termina cuando el bolsillo adelgaza y las expectativas se agotan en la primera quincena del mes.

No es ocioso destacar que solo una voz se alza en el escenario, una voz diferente que nunca mintió sobre los efectos que generaría la restauración neoliberal. La que, el 13 de abril, pudo describir lo que ocurría debajo de la superficie, la que intuyó la marea y quien, en forma implícita, se adelantó a lo que pasaría dieciséis días después. Ese es un ejercicio de conducción que pocos pueden elaborar, si quiera esbozar y menos implementar, dado que para hacerlo hay que contar con la credibilidad construida con hechos.

Para los émulos cotidianos de Perón, el General pudo mantener como pudo su conducción a la distancia durante dieciocho años por la credibilidad construida en sus dos mandatos. Los más humildes no sustentaban su fidelidad hacia el líder por declaraciones en periódicos lejanos o por lo expresado en cintas magnetofónicas; la fidelidad se basó en que esos ciudadanos habían accedido a tal condición por los hechos generados por ese hombre desterrado. Su obra fue la que mantuvo viva la credibilidad, no sus palabras.

Nadie puede ocupar el lugar de Cristina, pues Ella es la que puede interpelar y señalar, como lo hizo, que es necesario conformar un Frente Ciudadano, amplio, que reúna a todos los que han sufrido pérdidas de sus derechos, los que sienten miedo a perder el trabajo, los que se ven humillados por ser sometidos al autoritarismo del conservadurismo político del gobierno, los que asumen por sus valores que el camino es otro aunque todavía no hayan sufrido en carne propia las penurias del ajuste. Ella da sentido al  “optimismo de la voluntad” asumiendo, también, el “pesimismo de la inteligencia”.

Ella es La Conducción.