Seis meses. El botón y la marea ignorados por los profesionales de la
política
Seis meses pueden ser poco o una eternidad. En este caso, y
más allá de los consentimientos o rechazos de acuerdo con lo que piense cada
uno, sirven para visibilizar el nuevo modelo. Habrá quienes se sientan
satisfechos pues se habrán cumplido sus expectativas de cambio; estarán los que
habrán alertado sin éxito los efectos del mismo; los que se sentirán gratamente
sorprendidos y los que renegarán por haber sido parte del colectivo que lo
legitimara con su voto.
Lo que es innegable es el cambio. Se ha vuelto sin tapujos
al neoliberalismo. Y no solo es de buena persona admitir que se ha cumplido con
lo propuesto sino que también es de buen observador entender que hubo una
decisión transversal que avaló sin tapujos el cambio.
Es que los hechos en estos seis meses han sido tan veloz y
eficazmente concatenados que la precipitación de los mismos ha complicado su
metabolización, para qué describir su deglución.
Hasta aquí lo obvio, lo que dolió asumir.
Ahora bien, es imperioso desbrozar el escenario político y
social partir del cambio, que se reconfigura con el vértigo señalado. Ya
contamos con el botón que adelanta lo que vendrá. Cualquier conjetura quedará
corta; nuestra historia nunca escatima en costos sociales, y personales, cuando
se impone por la fuerza, y ahora por el voto, la restauración neoliberal.
Y es pertinente detenerse en resignificar el término
restauración. Argentina, tal vez como otros países latinoamericanos, sufre el
síndrome de la dualidad; es Nación y colonia al mismo tiempo. Se podrá esgrimir
“el optimismo de la voluntad”, de quienes sostienen que la construcción de una
Nación es siempre un proceso dinámico que implica retrocesos y derrotas, o se
podrá asumir “el pesimismo de la inteligencia” de quienes detectan las señales
claras de una clase dirigente y de vastos sectores de la sociedad que asumen
gustosos la ideología y los valores del impero que nos toca en turno. Ambas
fuerzas se contraponen y ninguna llega a generar hegemonías estables a lo largo
del tiempo.
La generación del 80, los golpes del
30, del 55 y del 76, como el alvearismo,
el menemismo, la Alianza y ahora el colectivo Cambiemos, con Macri a la cabeza,
son los exponentes en diversas medidas y
modalidades de políticas liberales en lo económico que adquieren formas
políticas propias del conservadurismo. Por eso restauración, porque Cambiemos
no es lo nuevo sino la expresión actual
del cíclico retorno a esos axiomas. Para los que abogan desde la
voluntad, la restauración explicita claudicación y entrega, para los
pesimistas, como se predicara durante el menemismo, demuestra la inexorabilidad
de la hegemonía capitalista.
Lo interesante, y como suele suceder en estos casos, es que
la mayoría de la dirigencia política profesional no atisba, si quiera, las
modificaciones también vertiginosas que se dan en el seno de los distintos
sectores sociales. Su preocupación se centra en el reposicionamiento personal
en el esquema de poder actual; sin percibir que las mutaciones fagocitan las
presunciones y los delirios arquitectónicos pergeñados en gabinetes alejados de
las motivaciones que acucian a miles de ciudadanos. Votar la mayor emisión de
deuda externa que se conoce puede servir para congraciarse y tratar de alcanzar
las migajas que se derramen, no para que una persona adquiera lo mínimo
indispensable para vivir. Ralentizar la ley anti-despidos puede servir para
hacer guiños múltiples al poder real y a las centrales empresariales, no para
contener el temor al desempleo, de quien ya lo sufre o porque ve la nueva caída
de su vecino.
En contraposición, los ciudadanos están constatando a diario
los efectos que impactan negativamente. El aumento del costo de vida es una
realidad y es pasado el aumento pautado en paritaria que equilibraba la
inflación; el mantener el trabajo es primera preocupación, las deducciones por
ganancias pasaron a un segundo plano; el dengue está presente cobrándose vidas
a pesar de los esfuerzos por ocultarlo; los estudiantes universitarios con
menores ingresos no acceden a las escasas becas.
Son datos duros, tangibles para los damnificados.
Allí radica la razón del éxito de las manifestaciones de
estos dos meses. De las cuatro expresiones masivas (la del 24 de marzo en el
cuarenta aniversario del golpe del 76, la del 13 de abril en el regreso de
Cristina Fernández de Kirchner, la del 29 de abril de las centrales de
trabajadores y la del 12 de mayo de docentes, estudiantes y trabajadores
administrativos de universidades nacionales), dos de ellas tienen una relación
directa con demandas de sectores de la sociedad que están sufriendo una
disminución en su calidad de vida.
Y este es el botón de muestra que no alcanzan a evaluar en
su real dimensión los profesionales de la política. En esas dos movilizaciones,
salieron a la calle quienes se sienten afectados en sus intereses, en sus oikos
dijeran los economistas, más allá de las diferencias ideológicas, políticas e
incluso de clase. Esta es la marea que se está moviendo bajo la superficie y
que en algunos casos emerge con la fuerza de los hechos masivos. Podrán ser
ignoradas por la oligo-prensa y por el gobierno de Macri; pero existe y crece
al compás de la desmejora en las condiciones económicas de los ciudadanos.
No es menor que las centrales, a pesar de sus entuertos,
tengan que juntarse para demandar. Tampoco lo es que confluya un amplio marco
de expresiones políticas estudiantiles junto a todos los sindicatos docentes y
FATUN, hecho singular en la historia de la educación universitaria pública; el
presupuesto universitario no alcanza para pagar la luz, menos aún para
sustentar la investigación o para alcanzar salarios competitivos como los de la
década kirchnerista.
A estas expresiones se suman las otras dos, en las que
emerge la memoria frente a la restauración neoliberal, como postura simbólica
ante un gobierno legitimado por los votos que rescata bajo artilugios
hipócritas la última dictadura y como reconocimiento explícito a la conducción política
de la última presidenta del campo nacional y popular de Argentina.
Los políticos profesionales debieran atender mejor estas
señales que estarían marcando un “amesetamiento” (con perdón del neologismo) en
la tendencia de la tan mentada opinión pública sobre el gobierno, aún vastos
sectores medios se sienten identificados con el neoliberalismo del gobierno
aunque se mantengan en silencio. Puede que no estemos ante un punto de
inflexión de la tendencia y que Macri pueda remontar el momento difícil, no es
tan incauto para darse cuenta de la situación; no obstante, los ciclos no
duran tanto tiempo si las bases de sustentación se disgregan.
En este contexto, “los tenores huecos” no convencen, tampoco
los que se ufanan de repetir frases que no sienten y que tal vez no entiendan
en su verdadera dimensión. No alcanzan los micrófonos y la tinta de los
periodistas de la oligo-prensa, todo termina cuando el bolsillo adelgaza y las
expectativas se agotan en la primera quincena del mes.
No es ocioso destacar que solo una voz se alza en el
escenario, una voz diferente que nunca mintió sobre los efectos que generaría
la restauración neoliberal. La que, el 13 de abril, pudo describir lo que
ocurría debajo de la superficie, la que intuyó la marea y quien, en forma
implícita, se adelantó a lo que pasaría dieciséis días después. Ese es un
ejercicio de conducción que pocos pueden elaborar, si quiera esbozar y menos
implementar, dado que para hacerlo hay que contar con la credibilidad
construida con hechos.
Para los émulos cotidianos de Perón, el General pudo
mantener como pudo su conducción a la distancia durante dieciocho años por la
credibilidad construida en sus dos mandatos. Los más humildes no sustentaban su
fidelidad hacia el líder por declaraciones en periódicos lejanos o por lo
expresado en cintas magnetofónicas; la fidelidad se basó en que esos ciudadanos
habían accedido a tal condición por los hechos generados por ese hombre
desterrado. Su obra fue la que mantuvo viva la credibilidad, no sus palabras.
Nadie puede ocupar el lugar de Cristina, pues Ella es la que
puede interpelar y señalar, como lo hizo, que es necesario conformar un Frente
Ciudadano, amplio, que reúna a todos los que han sufrido pérdidas de sus
derechos, los que sienten miedo a perder el trabajo, los que se ven humillados
por ser sometidos al autoritarismo del conservadurismo político del gobierno,
los que asumen por sus valores que el camino es otro aunque todavía no hayan
sufrido en carne propia las penurias del ajuste. Ella da sentido al “optimismo de la voluntad” asumiendo, también,
el “pesimismo de la inteligencia”.
Ella es La Conducción.